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Turing ideó su hipotética máquina para responder a la pregunta que planteó el matemático Hilbert. Este, y en la línea de otros matemáticos que van de Gödel a Russell, iba directo a cómo se puede fundamentar la matemática. Por ejemplo, por qué decimos que «dos más dos son cuatro» es verdad.  

Turing con su aparentemente simple máquina llegó a la conclusión de que no era posible tal demostración. Era indecidible.  

De esta manera surge la revolucionaria cuestión de si puede pensar una máquina.  

Si bien en la ciencia ficción habían aparecido preguntas semejantes, ahora se podía plantear con claridad el problema y tratar de solucionarlo. Si una máquina podía responder a las preguntas que se le hicieran igual que un humano, la conclusión es que una máquina puede pensar.  

Aquellos luditas que rompían las más elementales máquinas porque nos deshumanizan van a ser sustituidos por quienes muestran la cara opuesta de la relación entre máquinas y humanos. Es esta una breve historia del nacimiento de la IA. 

Dejando de lado antecedentes como Huxley o discusiones cuasi metafísicas como las de Nietzsche o Sloterdijk, los científicos fueron avanzando en la posibilidad que nos ofrece la máquina ideada por nosotros para mejorar nuestras capacidades. Minsky, Kurzweil y Bronston destacan en esta tarea de cuño futurista. La fusión entre el hombre y la máquina estaría servida. Es obvio que el dinero viera en estas nuevas tecnologías una especie de El Dorado. Y es lógico que las posturas de científicos y no científicos se dividieran. Para unos sería el comienzo de una catástrofe. Para otros una época de gran libertad. 

Es ahí, de la mano de More, donde surge el concepto de transhumanisno o posthumanismo. Si es posible, ayudados por estas tecnologías, potenciar al máximo nuestras capacidades sensitivas, de memoria, de razonamiento e incluso modificar radicalmente todo nuestro cuerpo, se plantean dos decisivas cuestiones.  

Una es qué sucede si cambiamos de lo que hasta ahora hemos considerado la esencia humana. Y esto nos conduce a la ontología, a preguntarnos qué ente somos. Y la otra, qué sucedería si dividimos a los humanos de forma que unos fueran superiores y otros unos esclavos. Esto plantea un problema fundamentalmente ético. O nos oponemos a la Superinteligencia, o limitamos y adecuamos sus poderes o cambiamos nuestros ya renqueantes Derechos Humanos. 

 

Para finalizar digamos lo siguiente. El dominio de unos humanos sobre otros se ha dado y se da siempre, pero ahora ya no sería social, sino a causa de la transformación total de la existencia humana. Por otro lado, la larga mano del capitalismo irá a apoderarse de esta tecnopersonalización para sus lucrativos fines. Y la organización del trabajo sufre una extraordinaria transformación.