La realidad está siendo devorada por la imagen. Cada vez es más difícil distinguir virtualidad de realidad. Las personas están sumidas en la contemplación de las pantallas, impasibles ante la realidad. La conversión del mundo en imagen, su virtualización, no se debe al extraordinario desarrollo de las tecnologías digitales; más bien, dicho desarrollo obedece a nuestra voluntad de virtualidad. Las experiencias humanas ya no se entienden sin pantallas. Vivimos duplicando lo vivido. Hay una obligación de permanecer conectados, nada somos salvo si estamos conectados hacia afuera y esa necesidad nos convierte en seres dominables. Para ser libres, tenemos que desconectar.
Cada vez resulta más difícil distinguir la ficción de la realidad. Todo se nos vende como realidad, cuando es simulacro. Hay como un deseo de transparencia que disipa el misterio y Heidegger recuerda que guardar el misterio del ser, es la esencia del ser humano. Vivimos duplicando virtualmente lo vivido. "Nada hay donde falta la pantalla", pues estar conectado es nuestro nuevo ser en el mundo. Vaciados de dentro nada somos, salvo estar conectados hacia afuera, sin intimidad. Reducir el ser a imagen, a información, lo convierte en objeto manipulable.
El fragmento que hemos destacado invita a reflexionar sobre el estar en constante exposición a través de las redes sociales en una auténtica videocracia. Nuestra intimidad queda anulada y sin esta, el autor se pregunta si podemos ser verdaderamente humanos. Quizás no aceptamos la realidad y las pantallas nos la hacen más llevadera. La áspera realidad, una vez virtualizada, es más controlable. Es importante que los jóvenes reflexionen si esta videosfera no es más bien una manera de control del pensamiento. Si queremos ser libres, tenemos que desconectar.